ADAPTOID 24

El escenario se encuentra lleno de caos y desesperación. Las alarmas no cesan, sus sonidos estridentes abruman todos mis sentidos, dejando poco espacio para escuchar mis propios pensamientos. Las luces parpadeantes proyectan sombras inquietantes por todas partes, manchas que se entrelazan en tonos oscuros, rojos, naranjas y amarillos. No hay nadie más con vida, solo las manchas aterradoras en las paredes, recordatorios visuales de la tragedia.

Finalmente, llega un momento en el que las alarmas se apagan y el silencio se instala. Pero extraño el ruido ensordecedor de las alarmas, algo que resulta difícil de creer. El silencio se ve interrumpido por sonidos inquietantes que logro percibir. Puedo escuchar el rascar de garras, el rechinar de colmillos, el goteo de babas y el sigiloso roce de pasos. Son señales claras de una presencia amenazante que se acerca. La urgencia de escapar se hace evidente, pero el miedo me paraliza.

Los minutos pasan rápidamente, consciente de que todo lo que me rodea está condenado a ser destruido en un intento desesperado por contener algo incontrolable, detener el experimento 24. La idea de perder la vida me aterroriza. El tiempo se ha convertido en una figura ominosa, en la personificación de la Muerte misma.